LOS
MILAGROS DE DIOS EN LA VIDA COTIDIANA: La Casualidad no existe
INTRODUCCIÓN
En
los tiempos que corren hablar de milagros es algo raro, incluso
hablar de nuestra fe nos resulta incómodo, como si tuviéramos temor
a que los demás se burlen de nosotros por creer en la existencia de
un Dios vivo y real que sigue actuando hoy día en la vida de muchos
hombres y mujeres. Pese a nuestros miedos Dios es el mismo ayer, hoy
y siempre, el no cambia, es inmutable y sigue realizando milagros en
la vida de muchas personas, aunque estos no sean tan llamativos o
vistosos como los que ocurrieron en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Que
no tengamos conocimiento de ellos y no se divulguen en los medios de
comunicación con la misma repercusión, que por el contrario tienen
las malas noticias con las que estamos tan familiarizados, no
significa que no se produzcan.
A
lo largo de mi vida como cristiana he pasado por muchas
circunstancias, unas buenas y otras no tanto, pero si algo he
aprendido es a creer a Dios,... y mira bien que digo "creer
a Dios"
y no "Creer en Dios",
aunque parece lo mismo, no lo es, ya que como dice la Palabra:
Tú
crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y
tiemblan. Santiago 2: 19
Creer
en la existencia de Dios no es difícil, sobre todo teniendo en
cuenta que la mayoría hemos sido educados dentro en una cultura
cristiana, tanto si esta es católica, ortodoxa o protestante, otra
cosa diferente es creer a Dios, porque esto exige depositar toda
nuestra confianza en Él y dejarle que gobierne nuestra vida.
Acostumbrados a llevar el timón, no es sencillo de pronto dejar que
sea Él quien decida por nosotros lo que es mejor. Este cambio o
transición no ocurre de la noche a la mañana, es un proceso que va
germinando en nuestro interior en la medida que mantenemos una buena
relación personal con nuestro Padre Celestial, aprendemos a
conocerle a través de su Palabra y dejamos que su Espíritu Santo
nos guíe a toda Verdad.
Esta
sección la he titulado:
"LOS MILAGROS DE DIOS EN LA VIDA COTIDIANA"
¿Por
qué lo llamo así?, porque creo que Dios sigue actuando en la vida
de cada creyente y porque en mi vida en particular he podido
experimentar esos pequeños milagros cotidianos que tanto me han
ayudado a mantenerme firme en la fe.
El propósito de esta sección es compartir contigo que Dios no
solo está en las cosas grandes, también lo vemos en esos pequeños
detalles que para muchos pueden ser insignificantes pero para quienes
los hemos experimentado son de gran importancia. También animarte a
que des gracias a Dios por todo lo que te ocurre, porque
sabemos
que a los que aman a Dios, todas las
cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados
(Romanos 8:28)
y aprendas a reconocerle en esas circunstancias o momentos como puede
ser la llamada de un amigo cuando más solo te has encontrado, ese
trabajo que ha venido como llovido del cielo en el momento de mayor
desesperación económica, un familiar cercano que ha salido ileso de
un grave accidente, la enfermedad que se ha podido detectar a tiempo
y ha sido erradicada, ... "Casualidades" para los que no
creen y MILAGROS COTIDIANOS para los que hemos creído a Dios.
Dios
responde a nuestras oraciones no como deseamos sino conforme a lo que
nos conviene.
Me
había preparado concienzudamente para el examen práctico del carnet
de conducir, recibí muchísimas más clases de lo habitual y el
recorrido lo conocía como la palma de mi mano, por lo que estaba
convencida que iba a aprobar.
Subí
al automóvil, regulé los espejos retrovisores y el asiento, comprobé
que todo estaba correcto y comencé a circular siguiendo el
itinerario que sobre la marcha iba marcándome el ingeniero que
estaba sentado en el asiento trasero. Estaba un poco nerviosa,
especialmente porque este hombre tenía fama de ser muy estricto,
pero en cualquier caso estaba segura que todo transcurriría con
normalidad y que Dios me ayudaría.
Pero
las cosas no siempre ocurren como deseamos. Me suspendieron el examen
alegando "conducción temeraria" ¡Que barbaridad! No daba
crédito a lo que decía el informe. En realidad lo que ocurrió fue
que al entrar en una calle había otra persona examinándose cuyo
vehículo se encontraba parado en paralelo a otro coche dispuesto a
dar marcha atrás para aparcar, pero al ver que otro vehículo se
acercaba prefirió esperar a que pasara para continuar con su
maniobra de aparcamiento, como había poco espacio para tres coches
opté por esperar yo también. Como ni uno ni otro tomábamos una
decisión el ingeniero me invitó a que continuara con el recorrido,
y fue así como al pasar entre el coche y el borde de la acera los
espejos retrovisores de ambos vehículos se rozaron. Miré de reojo
al profesor de la autoescuela que iba de copiloto y por su expresión
supe que todo estaba perdido.
Aunque
no entendía porque me habían suspendido por algo tan trivial, y
consideraba estar lo suficientemente preparada para volver a
examinarme, decidí aprovechar la semana que tenía por delante para
dar unas cuantas clases extras.
Lo
que aprendí en esa semana iba a ser crucial para mi vida. No
solamente me enseño que para tomar el control del automovil en
velocidades muy lentas hay que hacerlo en primera, sino que se
acordó que no me había enseñado a aparcar en pendiente. Esta forma
de aparcar es más complicada, porque hemos de aprender a mantener
el coche en equilibrio para que no se deslice cuesta abajo. Conseguir
dejar el automovil en el punto exacto de equilibrio y que este no se
deslice en una pendiente es algo que se consigue jugando con el freno
y el embrague, es decir que teniendo pisados los
dos pedales, vas soltando embrague muy despacio hasta que percibes
que el motor cambia su sonido, en ese momento es cuando puedes ir
soltando el freno muy lentamente y comprobar que el coche se queda
totalmente parado. El secreto está en aprender a distinguir ese
cambio de sonido que hace el motor cuando se ha conseguido equilibrar
el automovil. Fueron clases muy interesantes.
Las
respuestas de Dios a nuestros "porqués" las encontramos en
muchos casos en circunstancias vividas con posterioridad.
Al
poco tiempo de tener el permiso de conducir, fui con unos amigos de
vacaciones a Jerez de la Frontera (Cádiz), en vez de hacer el
trayecto por autovía decidimos hacerlo por carreteras secundarias,
los paisajes son mucho más bonitos y podríamos visitar algún
pueblecito que nos gustara. Como eramos seis personas fue necesario
llevar dos coches,
en
el mío solo íbamos mi hijo de cinco años y yo.
Recuerdo
que al pasar por un lugar montañoso y lleno de vegetación, la
carretera además de ser muy serpenteante estaba llena de gravilla,
había que conducir con cuidado porque las ruedas resbalaban con
facilidad, probablemente habría llovido días antes y toda esa
tierra se había desprendido de la montaña. Como yo no conocía el
camino iba detrás del coche de mis amigos. En un momento dado estos
se alejaron bastante y por miedo a no perderlos de vista quise darles
alcance y aceleré, con la mala suerte que las ruedas traseras
comenzaron a patinar zigzeando en el asfalto hasta que terminó
saliéndose de la calzada en dirección a un despeñadero. En décimas
de segundo pensé que todo estaba perdido pero no dejaba de pisar el
freno con todas mis fuerzas, ¡y de pronto! El coche se paró en
seco, el pequeño trozo de tierra que separaba la calzada del
despeñadero permitió que la frenada fuera efectiva, pero la
situación era crítica, ya que el vehículo estaba ligeramente
inclinado hacia adelante con la rueda delantera del piloto en el
aire.
Tome
aliento, respiré profundamente varias veces, e intenté pensar con
serenidad y no dejarme llevar por el miedo. Mi hijo que iba en el
asiento trasero durmiendo se despertó y preguntó si pasaba algo, le
tranquilice como pude y le dije que siguiera durmiendo, que todo iba
bien. Estaba tan asustada que mi oración solo era: "Dios mío,
ayúdanos".
Tenía
que tranquilizarme, no podía soltar el freno pues el coche se
precipitaría al vacío, mi único recurso era realizar la maniobra
que en aquellas clases extras me enseñaron, es decir, conseguir poner el coche
en el punto de equilibrio para que no cayera. Así que con temor y
temblor puse la velocidad marcha atrás, y muy lentamente empecé a
soltar embrague hasta que pude notar una ligera vibración de motor y
me dije: ahora es el momento de ir soltando el freno para comprobar
si esto funciona ¡y funcionó! El coche se quedó como petrificado,
y acto seguido, en décimas de segundo pisé con todas mis fuerzas el
pedal del acelerador saliendo este disparado hacia atrás,
colocándose nuevamente en la calzada. El corazón se me salía del
pecho, así que aparqué unos minutos para poder tranquilizarme y
continuar mi camino.
Mis
amigos no se habían enterado de lo ocurrido. A unos cuantos
kilómetros del lugar y viendo que no les seguía aparcaron para
esperarme y seguir juntos el viaje.
En
cada circunstancia hay un propósito de Dios para nuestra vida
Un
día, reflexionando sobre los acontecimientos ocurridos, me dí
cuenta que la casualidad no existe, me pregunté que hubiera
ocurrido en el momento del incidente si aquel examen lo hubiera
aprobado conforme a mi deseo sin haber aprendido las maniobras
necesarias para controlar el vehículo en una pendiente. Comprendí, que Dios en su inmensa misericordia no siempre responde a nuestras
oraciones conforme a las necesidades, deseos y celeridad que nos
gustaría, sino conforme nos conviene y en el tiempo oportuno. Doy
gracias a Dios cada día por el cuidado que siempre nos ha tenido a
mi hijo y a mí y por mostrarme que pase lo que pase Él siempre está
ahí, que nada es casualidad y que su mano es poderosa para controlar
todas las circunstancias por complicadas que a nosotros nos parezcan.
¡Que
bueno es dar gracias a Dios por todas las cosas que nos ocurren,
aunque no entendamos la razón y los porqués! Os exhorto a que
adoptamos esta aptitud frente a los reveses de la vida, depositando
nuestra confianza en Él, tarde o temprano comprobaremos que todo
forma parte de su propósito para hacernos crecer y madurar en fe.
Es
mi deseo que la bendición y la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo esté sobre vosotros y consuele vuestros corazones.