29
de diciembre de 2013
(2)
LA VIDA DE JESUCRISTO
Juan
el Bautista: preámbulo
La visita real a una ciudad requiere
estar en contacto con los servicios de protocolo de la Casa Real.
El
orden de la caravana real para desplazarse irá precedida de un coche
de la guardia civil; le sigue a cierta distancia el vehículo de
seguridad de la casa real; detrás irá el rey seguido de los
vehículo de las diferentes personalidades importantes que acompañan
el cortejo, por último, cerrando la caravana otro vehículo de la
guardia civil. Todo este protocolo es
una medida de seguridad, y una señal de respeto. Este séquito que
acompaña al rey no lo hace para ir preparando las carreteras por
donde este tenga que pasar, ¡No!, No es esta su tarea,
afortunadamente disponemos en todo el país de una gran
infraestructura de carreteras y autopistas en un perfecto estado.
En tierra de Canaán y
en todo oriente, en la época de Jesús, no había carreteras tan
magnificas. Los firmes empedrados aparecieron más tarde. Cuando la
lluvia caía con fuerza, las carreteras se llenaban de baches
bastantes profundos, en las serranías, grandes piedras rodaban desde
las montañas hasta llegar a invadir toda la calzada, Y en las
comarcas donde las carreteras serpenteaban por los bosques y selvas,
el paso quedaba cortado con harta frecuencia por árboles que habían
caído rotos por la violencia de las tempestades.
No cabe duda, que en
aquel entonces los viajes resultaban bastante peligrosos. No había
automóviles, de modo que los reyes y príncipes tenían que
contentarse con carruajes. Por ello los miembros de las familias
reales se valían de un mensajero que corría delante del carruaje
real. Y cuando, en algún sitio, había baches, el mismo mensajero
los tapaba para que el carruaje real no fuese a caer en alguno de
ellos y evitar un accidente. La tarea del mensajero consistía en
preparar y componer la carretera que el rey hubiera elegido para
viajar.
Por añadidura, el
mensajero estaba encargado de anunciar la venida del rey, a fin de
que los súbditos rindiesen homenaje al monarca aclamándole cuando
pasara en su carruaje. El mensajero no se anunciaba a sí mismo,
sino al que venía tras él. El mensajero era de poca importancia;
mucha más importante era la apariencia de Su Majestad.
En los países
orientales, dicho mensajero se llamaba PRECURSOR.
El Señor Jesús, Rey de
reyes, había nacido en un establo en Belén. En toda la tierra de
Canaán casi nadie lo sabía. Los judíos, en realidad, esperaban la
venida del Mesías, pero, según creían, había de venir a fundar un
reino terrenal, con la finalidad de echar fuera a los romanos,
ocupantes tan odiados en aquel entonces, para restablecer el antiguo
reinado de David, en el que los judíos vivían tranquilos y
prósperos. Este era el pensamiento que tenía acerca del Mesías
venidero, especialmente los fariseos y escribas, que así lo habían
enseñado al pueblo. Todos se equivocaron, porque el Señor Jesús no
vino a establecer un reino terrenal, no vino a herir al emperador
romano, sino a herir en la cabeza a la antigua serpiente, que es el
diablo y Satanás. El Mesías vendría para salvar a los pecadores,
constituyéndose Señor y Salvador de su pueblo elegido.
Así llegamos a
comprender por qué los judíos no esperaban un Rey de esta clase. Un
Salvador espiritual, no; un libertador político, sí. Dios, sin
embargo, en su bondad envió un mensajero, un Precursor, para que
proclamase la venida del Rey. Desde luego, el precursor no tenía por
tarea la de preparar las carreteras para hacerlas transitables, sino
la de enderezar un camino en los corazones del pueblo israelita. Era
necesario que el pueblo de Israel se diera cuenta que estaban
perdidos en delitos y pecados, por los cuales si no se producía en
ellos arrepentimiento serían castigados por un Dios santo y justo,
al cual habían ofendido y afrentado. Amén de todo esto, el
Precursor tuvo que anunciar la venida del Rey, el cual tenía el
poder de salvar al pueblo de sus pecados y de eximirlo del castigo
eterno, y pregonarles que la única posibilidad de escapar a la ira
venidera consistía en creer en el Hijo de Dios, Salvador de los
perdidos.
Los judíos tenían que
convencerse de la necesidad de un Salvador.
El pensamiento tan
profundamente arraigado en la mente de los judíos de que el Mesías
vendría a establecer un reino terrenal, tenía que ser quitado de
raíz. En verdad, era necesario anunciarle que no habían de ser
librados del yugo de los romanos, sino de un enemigo mil veces más
peligroso:
del diablo y de la
esclavitud del pecado.
Por ello, Dios les envió
un precursor que anunciase la venida del Salvador.
Antiguamente la
señal de que venía un rey era la llegada previa de un precursor.
La senda tenía que ser enderezada en
los corazones, ya que un corazón no preparado no puede recibir
nunca el mensaje de salvación de Jesucristo.
Juan
el Bautista: su ministerio
Vayamos al río Jordán
en nuestros pensamientos, trasladémonos por un momento en el tiempo.
Al llegar a sus orillas
nos damos cuenta de que no estamos solos. Hay mucha gente que se ha
congregado alrededor de un hombre. Todos escuchan con atención el
mensaje que está predicando en alta y clara voz:
“ Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues este es aquel de
quien hablo el profeta Isaías; cuando dijo:
Voz
del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.
Viene
tras mi el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de
desatar encorvado la correa de su calzado.” (Leed Mateo 3:1-12)
Pero... ¿Quién ha de venir?... Pues
el que había de venir era Jesús, el Mesías, el Salvador, y el
Precursor suyo era Juan, el hijo de Zacarías y de Elisabet. Su
figura es sorprendente, y como dice en las Escrituras va vestido de
pelo de camello y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos.
Sus vestidos eran copia posiblemente de los vestidos del gran profeta
Elías.
A Juan se le compara con Elías por
su ministerio y la austeridad en la que vivía, a Eliseo, siervo de
Elías, se dice que tipifica a Jesús.
Treinta años han transcurrido desde
su nacimiento, su nombre “Juan” significa: “Gracia de Dios”.
En lo referente a la juventud de Juan lo ignoramos todo. Es muy
probable que, muertos sus padres, se haya retirado de su pueblo para
ir a vivir en el desierto en busca de soledad, lejos del hervidero
de gente. Cerca de allí había una comarca solitaria, estéril y
desierta. Tampoco sabemos cuanto tiempo ha pasado allá en el
desierto; quizá habrá estado allí por largos años. La única cosa
que la Palabra de Dios nos revela es que Juan comía langostas y miel
silvestre. Los habitantes de Canaán tenían la costumbre de comer
langostas, las cuales aliñaban para asarlas. Asimismo, en los países
orientales abundan los enjambres de abejas silvestres, que viven en
árboles huecos o en las hendiduras de las peñas. En el desierto
también había abejas silvestres, y parte de su miel constituía el
alimento de Juan.
Alcanzados los treinta años de edad,
Dios le manda predicar; fue probablemente en el año 25 ó 26 d. De
C. cuando este nuevo profeta rompió el silencio y empezó a agitar
el corazón de las gentes. En su predicación hacía hincapié en la
necesidad de que cada uno confesase sus pecados y se convirtiese a
Dios. Juan, por añadidura bautizaba en el río, lo cual le valió el
sobrenombre de “Bautista”.
San Juan Bautista
Tras pasar años de penitencia en el desierto, san Juan Bautista proclamó la llegada del Mesías como profetizaba el Antiguo Testamento. Como los antiguos profetas, llevó una vida ascética, predicó la importancia de la penitencia y bautizó a los creyentes en el río Jordán. Su obra culminó con el bautismo de Jesús. Al poco tiempo fue martirizado por Herodes Antipas.
Como un reguero de pólvora que se
prende, la noticia del nuevo profeta iba difundiéndose por toda la
nación. Los judíos, al enterarse del hecho, quedaron atónitos. ¿Un
nuevo profeta?... el último profeta fue Malaquías, pero hacía
cuatrocientos años que murió. No era, pues, nada extraño el que
muchos judíos hubieran ido al Jordán para escucharle. Tenían mucha
curiosidad por saber lo que el singular profeta anunciaba. Acudían
al lugar, a orillas del río Jordán, de todas las regiones del país.
Cuando Juan hace constar que todos han
ofendido a Dios por causa de sus pecados, son movidos a inclinar la
cabeza, reconociéndose pecadores delante de Dios, no se burlan de
Juan, muy al contrario, porque en su fuero interno sienten y
reconocen que es verdad lo que les dice. Luego se adelantan y
arrepentidos confiesan sus pecados, (es
necesario arrepentimiento para aceptar a Cristo como Salvador)
y bajan al agua para ser bautizados por Juan. La inmersión es señal
de la purificación de nuestros cuerpos por el agua.
He aquí, la manera en que Juan iba
preparando el camino del Señor Jesús en los corazones de los
pecadores arrepentidos, los cuales, anhelaban ver al gran Rey, el
único que podía salvarles de la perdición eterna. Gente de todas
las clases sociales se acercaban a Juan, ciudadanos de Jerusalén muy
distinguidos, publicanos, Soldados y pobres pescadores del norte del
país. El no predicaba para vanagloriarse, sino que en todo su
mensaje siempre se refiere al Rey. Como el precursor que iba
corriendo delante del carruaje de un rey terrenal, Juan iba corriendo
delante del Rey celestial preparando el su camino.
Fariseos y saduceos, representantes de
la religión oficial también se acercan a Juan. Este no solo no le
hace ninguna reverencia, sino que mirándoles con sus facciones
extremadamente serias se dirige a ellos con un mensaje claro y
bastante duro:
“¡Generación
de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?!
¡Que fuerte es este mensaje! ¿Por
qué les trataba así y les llama raza de víboras?
Juan es profeta del Señor y un
verdadero profeta que lleva mandato divino sabe escudriñar los
corazones de la gente y no se deja engañar por muy piadosas que
parezcan las caras de estos santurrones. Por advertencia divina, Juan
sabe de antemano que los fariseos y saduceos han ido a él no por
respeto a su predicación, su corazón es malo en gran manera, se
creían piadosos al extremo de no necesitar para nada al Salvador.
Creían ganar el cielo por sus propios méritos. No sólo se habían
engañado a sí mismos, sino a toda la nación con su presunción y
doctrina. Ellos, los dignatarios religiosos, tenían la culpa de que
la nación judía estuviera esperando un rey terrenal en vez de
celestial, porque así habían enseñado al pueblo. Toda su
predicación sobre el presunto rey terrenal era, pues, mentira y
engaño. El profeta Isaías y los demás profetas del A. T. habían
profetizado otra cosa. Por ello es que Juan los trata con tanta
dureza. Su alma se indigna por tanta falsedad e hipocresía. También
dice a los fariseos y saduceos que tienen que convertirse; ellos
también tienen que ser redargüidos de pecado y de culpa. Muy
airados se niegan a escuchar a Juan, pero este les amonesta a
escucharle, diciendo que, cuando en un huerto hay un árbol que no
lleva fruto, el hortelano al final lo cortará y quemará, ya que un
árbol que va creciendo sin producir nada, ocupa un lugar donde otro
árbol podría estar, más fructífero que el primero. Entonces el
hortelano pone el hacha a la raíz del mismo árbol y lo corta. Es un
ejemplo, una parábola, con la cual Juan quiere decir: “De la misma
manera Dios va a cortaros a vosotros si no queréis escuchar, y la
muerte no tardará en venir a vosotros; por muy fariseos y saduceos
que seáis, también os alcanzará a vosotros.”
En la actualidad también existen
fariseos y saduceos entre los llamados cristianos, los primeros son
aquellos religiosos fanáticos que creen ganar el cielo cumpliendo la
ley. Los saduceos están representados por aquellos que practican la
religión como rutina pero en lo más profundo de su corazón no
creen en nada.
Juan poseía la honradez moral de
exigir una nueva vida a todo aquel que le escuchaba, y a medida que
progresaba su obra, las multitudes le oían y se arrepentían. Así
prosiguió su labor esperando fielmente la aparición del Ungido.
Mientras tanto, en Nazaret de Galilea,
Jesús, quien ya tenía treinta años de edad, estaba ansioso e
impaciente porque el tiempo de empezar su obra estaba muy cerca.
Israel vivía pendiente de la nueva sensación que había causado el
nuevo profeta, el evangelista del Jordán. Jesús tomó el camino
principal que conducía a Judea y después al Jordán, uniéndose a
los grupos de peregrinos que se dirigían para escuchar a Juan,
presentándose ante él para que lo bautizara.
Por fin Juan y Jesús estaban frente a
frente... en el tiempo previsto de antemano los dos hombres
predestinados se encontraron. Juan había estado unos años
preparando ese momento. Era la culminación de la obra de su vida.
Era el comienzo del ministerio de Jesús. Hasta estos instantes Juan
no había visto nunca a Jesús. Pero cuando Jesús le pidió que lo
bautizara supo que por fin el Mesías estaba ante él. Vaciló e
insistió en que no era digno de bautizarlo. Jesús insistió,
diciendo:
“Porque así
conviene que cumplamos toda justicia.”
Juan obedeció a su Maestro.
Dice la Escritura que cuando Jesús
fue bautizado, los cielos fueron abiertos, y el Espíritu Santo
descendió como paloma sobre Jesús. Y hubo una voz de los cielos que
decía:
“Este es mi
Hijo amado, en quien tengo complacencia..” Mateo
3:16-17
Jesús estaba ahora dispuesto a
comenzar su ministerio.
GRANDEZA
DE ALMA
La nobleza de Juan se revela en un
acontecimiento de suma importancia que tuvo lugar entonces. Durante
un tiempo el había sido el personaje más destacado de todo el país,
ahora, Jesús comienza su ministerio y grandes multitudes se le
acercan. Algunos seguidores de Juan le habían abandonado para seguir
a Jesús. Sus discípulos se alarmaron por la popularidad de Jesús y
porque su ídolo iba perdiendo brillo. Llenos de celo fueron y le
dijeron a Juan:
“Rabí,
mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú
diste testimonio, bautiza y todos vienen a él” Juan 3:36
En esto juzgaron mal a Juan, en su
corazón no cabían los celos, era leal a Aquél que había bautizado
como el Mesías, así que se apresuró a contestar:
“Respondió
Juan y dijo: no puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del
cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: yo no soy el
Cristo, sino que soy enviado delante de Él. El que tiene la esposa,
es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye,
se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo
está cumplido. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe”
Juan 3:27-30
La humildad de Juan no estaba
reñida con su carácter fuerte. La debilidad de carácter no es
sinónimo de humildad. En realidad ser humilde significa reconocer
que todo lo que eres y tienes se lo debes a Dios.
MUERTE
DE JUAN EL BAUTISTA
Herodes Antipas (del 4 a. De C. al 37
d. De C.) tetrarca de Galilea y Perea, era hijo de Herodes el Grande.
Fue un hábil gobernante en sus relaciones con los judíos. Se había
casado con la hermana de Aretas rey de Arabia. Más tarde se enamoró
ciegamente de su sobrina Herodías, que era la esposa de su medio
hermano Felipe de Roma. Se divorció de su esposa y se casó con
Herodías. Todo esto causó guerra entre él y Aretas. Este escándalo
en la vida del soberano motivó muchos comentarios de la gente. Juan
denunció aquella impía alianza y a causa de su valor Herodes mandó
que lo decapitaran. El Evangelio de Marcos 6: 18 dice al respecto:
“Porque
Juan decía a Herodes: no te es lícito tener la mujer de tu hermano”
Puesto que era un hombre de convicción
y valor, no podía hacer otra cosa a pesar de saber el gran peligro
que corría. Juan fue encarcelado debido a los reproches que hizo a
Herodes y a Herodías, y esta “le acechaba” y resolvió hacerle
pagar su pública denuncia.
Su cárcel fue la antigua fortaleza
de Macaerus que estaba situada a unos 11 km al N.O. de la costa del
Mar Muerto. Los arqueólogos han descubierto la antigua fortaleza,
por lo que podemos reconstruir sus detalles. Fue fortificada por los
príncipes macabeos alrededor del año 100 a. De C., destruida por
los romanos y luego reconstruida por Herodes el Grande. En el tiempo
de Juan, Herodes Antipas controlaba la fortaleza. Estaba situada
sobre una cima cónica más alta que Jerusalén, al otro lado del
Jordán. El castillo estaba edificado sobre dos mazmorras que fueron
descubiertas en lo que formaban un sótano y que posiblemente ocupó
Juan. En aquel frío y solitario calabozo vivió Juan hasta el día
de su ejecución, que aconteció un año después de su encierro. Los
discípulos de Juan no se dispersaron después de su encarcelamiento
a pesar de que se habían quedado sin líder. Estos le dieron la
noticia de que grandes multitudes seguían a Jesús, y de las obras y
milagros que estaba realizando. Todo esto hacía pensar a Juan y
maravillarse.
Herodías había determinado procurar,
por todos los medios a su alcance, la muerte de él. Con
persistencia y cautela esperaba su oportunidad. La ocasión se
presentó el día del cumpleaños de Herodes. La fiesta debía
celebrase en el palacio, donde dio una cena a sus “príncipes
y tribunos y a los principales de Galilea” (Mc 6: 21). Se
trataba de un banquete de gala, pompa y orgía. La función principal
de la conmemoración era la comida. Los invitados se atiborraron de
una buena comilona y olorosos vinos.
Herodías había planeado la
consecución de sus propósitos. Su plan era lo más pérfido que se
pueda imaginar. Iba a humillarse y a emplear el atractivo físico de
su propia hija Salomé ante Herodes su amante y ahora marido. Salomé,
tan vil como su madre, deseaba tomar parte en los planes de esta.
Sin considerar el deshonor que ello iba a significar, entró la hija
de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los invitados que
estaban con él a la mesa. Dice una inscripción latina: “Era
vergonzoso bailar y que una virgen entrara en el salón de banquete
donde los hombres habían bebido libremente”. Herodías estaba
dispuesta a prostituir a su propia hija si ello podía cumplir su
propósito. Herodes estaría demasiado borracho para darse cuenta en
las profundidades que había caído Herodías, o bien no le importó
demasiado la cosa. Sin duda alguna fue obsequiada con grandes
aplausos por la distinguida concurrencia presente, y Herodes
excitado llamó a la bailarina y le dijo: “Pídeme
lo que quieras, y yo te lo daré.”
Más tarde volvió a decirle en juramento: “Todo
lo
que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino”
(Mc 6:23)
Salomé y su madre Herodías habían
anticipado esto. Su proyecto estaba en marcha. Y pidió a Herodes:
“Quiero que
ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.”
El rey, borracho, había prometido
demasiado, y se entristeció mucho. Sin embargo, ya era demasiado
tarde. Debía sostener su promesa a causa de su juramento, de sus
invitados y porque no podía hacer un desplante a Herodías. Había
saltado el resorte de la trampa y Juan el Bautista iba a morir.
Enseguida el rey, enviando uno de la guardia, mandó que fuese traída
la cabeza de Juan. El guarda fue y le decapitó en la cárcel (Mc 6:
27). Herodías había conseguido su deseo.
Cuidado con las palabras que salen
de nuestra boca, hacen juicio. Prov. 3:3
Sin duda alguna la noticia de tan
desgraciado acontecimiento se esparcieron enseguida, y cuando algunos
de los discípulos de Juan se enteraron, nos dice Marcos en su
Evangelio que, “vinieron
y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro”
(6: 29). El lugar de su
sepultura fue, posiblemente alguna de las cavidades usadas como
tumbas cerca del castillo o fortaleza Macaerus.
Mateo añade al relato de la muerte de
Juan las palabras: “Y
fueron y dieron las nuevas a Jesús.” No
sabemos lo que Jesús hizo o dijo, sin embargo, estamos seguros que
apreciaba y amaba a Juan y se apenó por la tragedia acontecida a su
precursor y leal amigo.
SU
APORTACIÓN
Juan había cumplido fielmente la
misión encomendada. Había sacudido a la nación, denunciado el
pecado de la gente, suplicado que se arrepintieran, anunciado el
reino de Dios, bautizado y presentado al Mesías. Fue leal hasta el
fin y fiel hasta la muerte. La Ley y los Profetas permanecieron hasta
Juan. Este fue el eslabón de unión entre el Antiguo Pacto y el
Nuevo.
El construyó en sentido figurado el
puente por medio del cual los primeros judíos pasaron de Moisés a
Cristo.
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